martes, 5 de mayo de 2015
DE ESPALDAS AL MUNDO
Cuando se vive de espaldas al mundo, cuando tu vida se limita al sedenta-
rismo encontrado, no buscado, cuando no tienes perspectivas de futuro,
simplemente porque vives en un presente irremediable, los recuerdos del
pasado, te reconfortan, los buenos, porqué tú, jamás tienes malos pensa-
mientos que puedan inquietar tu ánimo, por eso eres feliz.
No es un consuelo, pero en los tiempos que corren, envidia sana siento
de los que encerrados en su mundo, se niegan a ser participes de las vici-
situdes díarias, de los sinsabores que nos aportan a cada momento el
segundero imparable del reloj de la vida, porqué son ajenos a esa cruel
realidad, que a todos nos ha tocado vivir.
A ellos, no les roza lo más mínimo, lo que otros no tenemos más remedio
que soportar. La dureza de la vida es implacable, nadie escapa a sus avata-
res, a sus caprichos, a sus amores y desamores, a las tragedias, que si hoy
no te tocan, a buen seguro, te acechan, te esperan, y te salen al paso, casi
siempre de forma inesperada. Nunca se buscan, pero te acaban encontrando.
Cuantas veces hemos pensado, incluso en voz alta, que si merece la pena
tanto esfuerzo, y habremos caído en el no rotundo. Pero claro, hay que con-
tinuar, nos decimos, y seguimos caminando, y tropezando más veces de las
deseadas, llegando a la exasperación máxima. Pero la voluntad, esa aliada
incuestionable, nos hace superar los escollos. Ponemos nuestro pensamien-
to en alguien o algo, que nos da las fuerzas necesarias para continuar en la
batalla, y a duras penas, seguimos peleando, que no es poco. Aunque la voz
de nuestro subconsciente, nos diga: lucha mientras puedas, pero la guerra
la tienes perdida. Duras palabras, pero reales. Lo sabemos, pero mientras
nos quede una gota de aliento, estaremos plantando cara.
Un buen dia, paseando junto al parque, observamos a un Sr., sentado en uno
de los bancos, de espaldas a todo, y me comenta en voz baja mi acompañante:
¿Has visto quien está ahí sentado?, el pobre no se da cuenta de nada, vive
en su mundo. Le reconocí conforme pasábamos, pero no hubo respuesta a
su comentario. Seguimos paseando, sin cruzar palabra, y antes de despedir-
nos, mirándole fríamente, le dije: ¡ Ya quisieran muchos estar en el mundo
de Antoñito !
Desde ese momento, dejó de ser algo más que mi compañero de paseos.
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