A MIS AMIGOS, Y NO TAN AMIGOS
Amanece un nuevo día. Se respira el olor a azufre que nos aporta la ligera brisa,
que delata, que la fundición de cobre, está en marcha.Miro hacia la gran chimenea,
que como faro vigilante se deja ver desde cualquier punto, arrojando un humo blanco,
espeso, que nos invade lentamente, en forma de neblina, y que sera fiel compañero,
hasta que el viento sea clemente y cambie de dirección.
Se oyen los pitidos de las máquinas de vapor, como si discurrieran por las calles
contiguas, arrastrando tras ellas los vagones, en largas filas. El tráfico ferroviario
es intenso.Por la hora, debe de haber cambio de relevo.
El trasiego de personal es frenetico, se cruzan los que terminan su jornada, denotando
alegría en sus rostros, lo contrario de lo que reflejan, quienes parten hacia el tajo.
Parece una utopía, pero enseguida, lo entiendes.Todo este devenir, confluye en la
estación. Punto de partida y retorno.
La mina, motor economíco de toda una comarca, a la que nosotros conocemos
desde que tenemos uso de razón como: "La Compañia".
Y poco a poco, pausadamente, van transcurriendo los días, de este año de 1.963, que
para muchos de nosotros, tendrá un significado especial.
Tras jugar el tercer partido de fútbol, amenazando ya la noche, comenzamos a des-
pedirnos. Algunos denotaban un nerviosismo inusual, pero no era para menos, el
día siguiente, muchos de los que habíamos participado en una jornada de juegos,
hasta la extenuación, nos enfrentábamos a un examen oral. Y no era una prueba
cualquiera. Nos jugábamos el ingreso en el Instituto. Toda una hazaña, que había
que lograr.
Aquella mañana, el olor a "jeríngos", emanaba del puesto de Manolo y Amparo,
con más intensidad que nunca. Ella, morena, repeinada, con su moño recogido atrás,
al que no le faltaba el adorno de la moña de jazmines. Delantal blanco, impecable.
Él, no menos lustroso, a lo suyo, pendiente del aceite y dando vueltas a las ruedas.
Comenzaba el trasiego de gente en su devenir diario al mercado de abastos, y al
puesto de Amparo, iba llegando una clientela que no era habitual, en un día labora-
ble. Muchos niños se iban agolpando bajo la visera del puesto, ante la mirada atoní-
ta de Manolo, que se encontraba en la parte trasera.
Ella, sin poder contener más la curiosidad, y sin dirigirse a nadie en concreto, ex-
clamó: ¿Pero que día es hoy?, y los que estaban delante, respondieron, casi al uní-
sono: ¡Hay examen de ingreso al Instituto! Ah!, ya decía yo, susurró entre dientes.
Realmente, era un día importante. Así que muchos habíamos recibido como premio,
una peseta, y tras la ingesta de tila que habíamos recibido en casa, había que desfi-
lar por el puesto de los calentitos, y dar buena cuenta, de las cuatro ruedas, abraza-
das por un junco, que seguro, nos acabarían de templar los nervios. Ibamos desfi-
lando, entre risas, bromas y algún que otro empujón, buscando la puerta del Ayun-
tamiento.
Allí, en la primera planta, nos esperaba un gran salón, como escenario reservado
para grandes ocasiones. Y esta, sin duda, lo era.
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